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GESTIÓN DE EMERGENCIAS
Disminuyendo la improvisación ante la adversidad

Diferentes en su tipo y origen, las emergencias afectan de igual manera a empresas, instituciones y personas. Su origen inesperado y amplias consecuencias, son factores a considerar cuando se desea enfrentar exitosamente estos eventos.

Muchas organizaciones creen estar preparadas para enfrentar una emergencia, sin embargo son pocas las que ante este tipo de situaciones resultan exitosas, sin lamentar víctimas, perjuicios en infraestructura y equipos, ni tampoco afectando los ambientes humanos y naturales donde se emplazan. A veces, las emergencias pueden superan las dimensiones que en algún momento pudieron preverse, o incluso se originan por causas que nunca se consideraron y no se tenía resguardo alguno ante su amenaza.

Incendios, incidentes con sustancias peligrosas, inundaciones, temporales, sismos, fallas en las comunicaciones, accidentes radiactivos, disturbios civiles, explosiones e incluso crisis organizacionales, pueden considerarse en este grupo de eventos. Según los especialistas, una correcta preparación y gestión de estos sucesos, puede ser la forma más eficiente de aminorar sus consecuencias.

En este sentido, Paola Avello, Coordinadora Nacional de Asuntos Humanitarios y Emergencias de World Vision Chile, explica que la gestión de emergencias corresponde al conjunto de acciones que se desarrollan para manejar, de manera adecuada y oportuna, los recursos disponibles ante la aparición de un evento potencialmente dañino o perjudicial. “A diferencia de las emergencias, los desastres son situaciones adversas que sobrepasan las capacidades de una institución o comunidad para hacerle frente, y son -por tanto- un escenario de mayor proporción”, aclara.

Complementando este punto de vista, Cristóbal Mena, especialista en emergencias, MSc (c) Risk, Disaster & Resilience University College London, comenta que “la gestión del riesgo de desastres, es un conjunto de procesos sistemáticos destinados a ejecutar políticas que fortalezcan las capacidades de afrontar eventos de magnitud variable y, sobre todo, de reducir el riesgo empleando todos los recursos existentes”. Para el cumplimiento de este objetivo, identifica cuatro fases: mitigación, preparación, respuesta y recuperación, desde una perspectiva holística e integral, con un gran énfasis en desarrollar capacidades comunitarias.


El escenario local

La industria nacional presenta variados escenarios de riesgo, y de acuerdo a los entrevistados, se podría encontrar en cada rubro, por lo menos, un foco potencial de una emergencia. Si se considera además la condición de nuestro país como epicentro recurrente de sismos de gran intensidad, deslizamientos de tierra, erupciones volcánicas y tsunamis, la gestión de estos riesgos se vuelve un elemento esencial, y las alianzas de trabajo entre privados, Estado y comunidades, podrían reforzar una posible respuesta.

De acuerdo a Sergio Albornoz, Jefe de Desarrollo Técnico de la Academia Nacional de Bomberos, “los planes de emergencia de las diferentes organizaciones, deben incluir los factores acordes a la realidad de cada lugar. Estos documentos deben ser confeccionados por profesionales de la prevención que identifiquen las fuentes de peligro, evalúen el riesgo (posibilidad de daño y sus consecuencias) y determinen medidas para mitigar dichos riesgos”. Tras la validación de dichos documentos, comenta Albornoz, estos deben darse a conocer a la comunidad correspondiente, y ser revisados y actualizados en forma permanente, a lo menos una vez al año o cada vez que ocurra un accidente en la organización.

Para Mena, la única manera de enfrentar emergencias y desastres es llevando a cabo un proceso de planificación profesional, integrador y transversal, que permita adelantar decisiones y mejorar la coordinación entre los diferentes actores. “Quizás lo más importante es entender que los planes y procedimientos deben ser documentos vivos, cuya actualización nunca termina. Lo esencial es que sean flexibles, multiamenaza. Por lo menos, hay 14 principios relativos a la planificación de emergencias, incluyendo la escalabilidad (del ámbito local al nacional), coordinación, concordantes con la legislación y normas vigentes, y siempre con el objetivo final de reducir el riesgo”, destaca.

En esa misma línea integradora, Avello fundamenta que acciones conjuntas entre los actores relevantes, servirá para planificar adecuadamente inversiones, crecimiento, nuevos proyectos e innovaciones, entre otros elementos.


Llevando a cabo la gestión

Albornoz indica que es el Estado quien tiene la obligación de fijar el marco regulatorio para la gestión de emergencias y desastres. “Actualmente, la Oficina Nacional de Emergencias (Onemi), responde a esa necesidad, basándose en el Plan Nacional de Protección Civil: todos los ciudadanos tienen el derecho a ser protegidos y asistidos por el Estado en caso de emergencias, el que organiza y financia a instituciones públicas (Carabineros, Salud, Onemi, FF.AA., etc.) y privadas (Bomberos y otras ONG)”.

En cambio, las empresas, al estar cubiertas por la Ley de Accidentes del Trabajo y otras normativas sectoriales, tienen la responsabilidad de administrar sus riesgos propios y responder adecuadamente en caso de accidentes que los afecten, específicamente a todas las personas que trabajen directa o indirectamente para ellas, sus bienes y el medio ambiente. “Si la posibilidad de daño o daño concreto, se extiende a privados o bienes públicos, también son responsables, pero en ese caso, interviene el Estado a través de sus instituciones para supervisar y verificar la eficacia y eficiencia de la respuesta y la reparación del daño causado”, aclara.

Según Paola Avello, la gestión de emergencias debe ser considerada siempre dentro del contexto de la gestión de riesgos (GdR) como enfoque global. “Esto permite no solo trabajar para la eventual ocurrencia de un evento adverso, sino también considerar la posible reducción de riesgo de desastres, a través de acciones de prevención y de mitigación, además de la preparación para la emergencia, establecimiento de sistemas de alerta temprana y la adecuada respuesta en caso de que la emergencia ocurra. Asimismo, la GdR posibilita planificar también el período de recuperación, que incluye los tiempos de rehabilitación y reconstrucción tras una emergencia o desastre”, detalla.

Clave en este proceso es un trabajo constante que considere amenazas probables, vulnerabilidades existentes y recursos dis disponibles con lo que se completa un ciclo de acción permanente al desarrollar un programa continuo de Análisis y Evaluación de Riesgos. “La gestión del riesgo de desastre -que de alguna manera también contempla la gestión de emergencias-, debe ser entendida principalmente como un elemento clave del desarrollo organizacional en todos sus niveles. En el caso de las empresas, es, sin duda, una inversión, donde se debe avanzar de la prevención de riesgos a la gestión del riesgo de desastres, debe ser un paso esencial si se espera tener una empresa sostenible en el tiempo”, asegura Mena.

Para este profesional, otro aspecto importante es el trabajo con las comunidades, siendo vital incluirlas en todas las fases del ciclo del riesgo de desastres, aprender de su experiencia, y aumentar sus capacidades para reducir el riesgo y gestionar emergencias.


¿Cultura de emergencias?

Para Paola Avello, más que una cultura de emergencia, debiese existir una cultura de gestión de riesgos. “Sus raíces están, en buena parte, en nuestra historia, marcada por situaciones de emergencias y desastres. Sin embargo, no ha existido voluntad suficiente para crear y mantener una memoria histórica que, además de recordar lo que nos ha sucedido (cosa que tampoco se hace de manera intencionada), rescate las buenas prácticas y posicione los desafíos pendientes dentro de la agenda de desarrollo”.

Por su parte, Mena identifica una cultura de emergencia con un enfoque reactivo: prepararse para el siguiente desastre o emergencia sin hacer nada para evitar que pase. “Podríamos decir que Chile tiene una cultura de emergencia reactiva, no preventiva. Soy un convencido de la necesidad de que transitemos hacia una cultura de la prevención, donde le enseñemos a todos los actores de la sociedad, como el Estado, las empresas privadas y la sociedad civil, que las emergencias y desastres son producto de una falta de políticas destinadas a reducir el riesgo y que, por lo tanto, se puede hacer mucho para evitarlas o minimizar su impacto” sentencia.


Apoyo a la gestión

Los expertos coinciden en que las soluciones técnicas en la materia se han ido desarrollando en el país, en la medida que se incrementa la conciencia de mejorar los sistemas de respuesta ante emergencias. Según Albornoz, para los sectores industriales, la oferta de tecnologías y soluciones para enfrentar emergencias, es muy variada y con un respaldo de ingeniería, permitiendo cubrir prácticamente cualquier necesidad.

En tanto, en el área pública, el tema es más complejo, “por la amplia gama de accidentes que pueden ocurrir y por los recursos que son siempre escasos”. Sin embargo, considera que dentro de las tecnologías actuales, existen soluciones para enfrentar o mitigar las emergencias, lo que “sumado a la preparación de las personas en forma permanente, puede llevarnos a niveles aceptables de riesgo al vivir en comunidad”.

Al respecto, Paola Avello manifiesta que aún no existe plena conciencia de este tema. “El manejo de la emergencia ha venido sembrándose desde hace varias décadas, pero básicamente centrado en accidentabilidad o fallas técnicas. No obstante, el cambio, enmarcado en los compromisos país que Chile tiene, es profundizar en gestión de riesgo de desastres, y ello, es un gran desafío pendiente”, finaliza.

Diciembre 2015
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