Hasta hace poco más de 100 años, Chile destacaba en las economías mundiales gracias al salitre extraído en nuestro norte y que se exportaba a todo el mundo. Sin embargo, el desarrollo de la ciencia prácticamente acabó con tal industria tras la invención del salitre sintético. Alemania fue la gran promotora de este nuevo producto y logró avanzar rápidamente en industrializarlo y convertirse en su principal fabricante gracias a la innovación y desarrollo por parte de sus actores industriales, sumado al fomento otorgado por una regulación temprana y de avanzada por parte de su gobierno.

Hoy es esa misma ciencia, unida con nuestros recursos naturales, la que puede dar un nuevo gran impulso a nuestra economía. Esta oportunidad no ha pasado desapercibida y varias empresas y centros de investigación se encuentran implementando proyectos piloto y el desarrollo preliminar de las primeras plantas para producir hidrógeno verde en Chile.

Respecto de la regulación de esta nueva industria, el Ministerio de Energía afortunadamente ya ha advertido la falta de una adecuada regulación para la producción y posterior utilización de este elemento. En febrero pasado, con la Ley 21.305 sobre Eficiencia Energética, se dio un primer e importante paso al reconocerse al hidrógeno y sus derivados como un combustible. Lo anterior abre el camino para que la autoridad pueda avanzar con la preparación de una batería normativa, la cual tendrá la dificultad de tener que ir ajustándose conforme a la velocidad de una nueva industria cuyos límites se van expandiendo cada vez más rápido.

Una primera aproximación normativa anunciada por la autoridad respecto del hidrógeno se refiere a las instalaciones de producción, almacenamiento y transporte de éste. Afortunadamente ya existen normas internacionales que podrían ser recogidas y homologadas en este caso. No obstante, tal regulación debería hacerse cargo también de sus derivados, tales como los combustibles sintéticos, metanol y amoníaco.

Una segunda aproximación se refiere a las normas de calidad y de seguridad para el transporte del hidrógeno verde. Sobre este último punto, la posibilidad de inyectar este gas en los gasoductos ya existentes nos abre también otros frentes dado el impacto que puede tener este combustible en el uso de dicha infraestructura y en los mercados del gas para uso residencial e industrial.

Por último, pero no por eso menos importante, es necesario establecer distintos regímenes que incentiven la producción y el consumo del hidrógeno verde mediante beneficios tributarios, no solo por el afán de descarbonizar nuestra matriz energé- tica, sino por el impacto que puede tener la producción y consumo del hidrógeno verde en nuestro país. Estamos ante una oportunidad que permitiría el desarrollo de polos industriales en áreas alejadas de nuestro país como sería el caso de Magallanes o nuestro desierto. Por otro lado, se podría fomentar el desarrollo de nueva tecnología a nivel local, como resultado del uso del hidrógeno en la minería subterránea o en la producción de combustibles sintéticos y otros subproductos.

Aprovechemos este desafío para unir esfuerzos del sector público y privado, y así abordar conjuntamente esta oportunidad para convertir a Chile en el principal productor de hidrógeno verde en el mundo.