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EL INGENIERO ELÉCTRICO
¿Una especie en peligro de extinción?
Por Jorge Valenzuela, Ingeniero Experto en Normas Eléctricas • j_valenzuela_a@yahoo.es

En mi rol como académico, resulta agradable caminar por los pasillos de la universidad y encontrarse con un ambiente que muestra una tranquilidad y paz conventual. Sin embargo, esta quietud se romperá cuando los muchachos ingresen a sus respectivas clases e inicien, esperanzados, un nuevo destino.

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En muchas universidades es común encontrarse con una diversidad de carteles llamando a concursos de patentamiento y presentación de diversos temas de innovación y emprendimiento. Alegra, por una parte, ese entusiasmo, por los indudables efectos positivos sobre el país y sobre cada profesional individual que pueden traer estas iniciativas; sin embargo, una posibilidad inquietante ensombrece esta promisoria perspectiva.

¿Estamos conscientes de las implicancias de este desmesurado interés por la innovación o es solo una moda, como tantas otras, que se abandonarán y olvidarán en la próxima temporada? En la historia de nuestro país abundan ejemplos que sustentan esta duda, que de ninguna manera puede ser calificada como una visión paranoide de un eterno inconformista.

Lamentablemente, este loable empeño está saturando el ambiente, al extremo de imperar la sensación de que quien no innova es un incapaz y todo lo que no sea innovación es despreciable o, en el mejor de los casos, un desarrollo de actividades secundarias o terciaras, tal vez dignas solo de mediocres.

Tal como se percibe, el manejo de estas iniciativas solo lograrán beneficiar a algunos pocos. Debe recordarse la estadística según la cual nueve de cada diez iniciativas innovadoras es inconducente y, de aquellas ganadoras, parte importante de ellas terminarán con la venta de una patente a alguna empresa extranjera que explotará la idea a nivel global, con nulo beneficio para el país; a lo sumo ganancias para el innovador individual.


¿Por qué ocurre lo anterior?

Como país hemos mostrado una incapacidad de consolidar cualquier iniciativa y nos dejamos llevar por entusiasmos pasajeros. Esto significa que, una vez probada la validez de una idea innovadora, somos incapaces de crear la necesaria rutina productiva que transforme la idea en elementos concretos, nuevos materiales o equipos de características conocidas, probadas y sustentables.

Parece existir entre quienes impulsan la necesidad de innovar un desprecio visceral por el concepto de rutina, tal vez amparado en la definición del término que aparece en el diccionario: "Costumbre inveterada, hábito adquirido de hacer las cosas sin pensarlas". Tomando en forma negativa, fuera de contexto, la expresión "haciendo las cosas sin pensarlas" se asume sin más que la rutina es execrable porque no exige pensar, en circunstancias que lo que se quiere decir es que, después de mucho pensarlo, se llegó a la conclusión de que la solución, que posteriormente se transformó en hábito, es la mejor y, por ello, su repetición puede hacerse sin mayor análisis inmediato.

vale2.jpg (25383 bytes)Se olvida también que este "sin mayor análisis" no significa sin control, pues se debe estar permanentemente verificando que no existan desviaciones en cuanto al desarrollo de esta actividad. Este hábito que se hace "sin pensar", tampoco significa que deba repetirse hasta el infinito; producto de esa misma rutina necesariamente aumentará nuestro conocimiento específico, lo cual permitirá mejorar la actividad. Sobre esta confusión conceptual se ha propalado la idea de que la rutina es enfermiza, inhibidora, frustrante y cuanta cualidad negativa se le quiera colgar.

El problema de fondo, diluido por el entusiasmo del momento, es que esto pareciera estar afectando seriamente la formación de los ingenieros y pareciera que ya no nos preocupa formar ingenieros, sino que lo que se busca desesperadamente es formar un especimen profesional nuevo: el innovador, el profesional que poco o nada sabe o debe saber de temas rutinarios de la especialidad, tan banales y pedestres como un cálculo de cortocircuitos o el diseño de una buena puesta a tierra o, finalmente, el muy sobrepasado respeto a las normas respectivas y a las reglas del arte, entre muchas otras "rutinas".

Los fanáticos de la computación dirán que sobran programas que permiten desarrollar aquellos cálculos. Sin embargo, olvidan que estos programas son solo herramientas y el resultado que entregan depende de la habilidad y conocimientos del usuario. Lamentablemente, los programas solo nos entregan una serie de valores numéricos, sin emitir un juicio de calificación de la validez y sustentabilidad de esos números, capacidad que debiera tener el ingeniero; pero la preocupación, como se dijo, es producir innovadores, no ingenieros, y la rutina, supuestamente, es un gran freno a la innovación.


Efectos negativos

Como resultado de esto se han podido percibir efectos como una baja sustancial de la seguridad de las instalaciones con un aumento lineal y sostenido en los últimos veinte años de las muertes en accidentes eléctricos, desarrollo de proyectos incompletos, lo cual provoca caídas de servicio desde el SIC hasta Centros de Datos que supuestamente no deben jamás "pasar por cero", pasando por más de una caída total de nuestro principal aeropuerto. Súmense a esto profesionales de empresas de distribución que deben recurrir a apoyo externo para calcular mecánicamente una línea aérea en MT, tema que debiera ser parte de su ABC básico; el desconocimiento de la diferencia conceptual entre lámpara y luminaria que está torpedeando cualquier intento de uso eficiente de la energía en iluminación.

¿Significa que debemos olvidar el apoyo e interés por la innovación? ¡En modo alguno! Solo puede pedirse racionalidad en el manejo de estos conceptos, sus reales alcances y la efectividad de las nuevas soluciones encontradas y tratemos con todas las fuerzas de nuestro empuje en encontrar el adecuado y olvidado equilibrio entre innovación y rutina, que si bien la primera fundamenta su importancia en la novedad y la unicidad de lo original, la segunda es no menos importante porque afecta a toda la gran masa de la producción o el desarrollo de la actividad subsiguiente. Una es de importancia cualitativa, mientras la segunda es cuantitativa; no perdamos el tiempo en discusiones bizantinas sobre cuál es más importante. Ambas lo son y no subsisten la una sin la otra.

Julio 2014
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