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Las consecuencias de las conductas
de riesgo y su impacto en la gestión preventiva
Por Kurt Goldman Zuloaga, MBA Ps., Director Goldman Consultores.
Intervenir conductas requiere de un consenso respecto de lo que entendemos por “conducta de riesgo” y “urgencia”. No basta con enumerar las conductas de riesgo asociadas a un proceso productivo, sino que debemos crear “conciencia” en todos y cada uno de los trabajadores respecto de una sensata relación entre conducta y sus consecuencias.
Kurt Goldman Zuloaga.

Si bien una conducta de riesgo tiene consecuencias “negativas” (el daño producido y las sanciones asociadas), también tiene efectos “positivos” (ahorro de tiempo, comodidad, etc.). Esta situación paradojal suele atribuir a la conducta en cuestión una evaluación positiva o negativa dependiendo del peso subjetivo de sus consecuencias, donde primarán aquellas más relevantes para el contexto organizacional.

Una empresa que valora la productividad por sobre la seguridad relativizará una conducta de riesgo cuando esta genere más beneficios que daño. Por otro lado, si la empresa valora más la seguridad, aplicará sanciones a conductas de riesgo, aun cuando no hayan generado daño.

De acuerdo a Jane Dryden (2009), “…juzgamos a la gente con mayor severidad cuando sus actos causan graves daños, que cuando con un poco de suerte, esos mismos actos, no causan daño alguno”. En términos prácticos, tendemos a evaluar los actos en función de sus consecuencias, cuando lo cierto es que los errores son tan graves como las consecuencias que traen. Esto tiene implicancias directas en cómo gestionamos la prevención, ya que tendemos a enfocarnos en el resultado de la acción más que en la acción misma. Por ejemplo, el hecho de que conducir ebrio es menos grave que atropellar a una persona conduciendo ebrio. Evidentemente hay diferencias, pero la conducta es la misma. En este sentido, lo que debemos procurar es actuar de forma efectiva y de la misma manera ante las conductas de riesgo, hayan o no generado consecuencias graves.

Si un trabajador es más eficiente realizando conductas de riesgo con cero consecuencias, entonces cuestionará las normas de seguridad creando una actitud temeraria o contraria a la norma. Por lo mismo, cuando no existen consecuencias negativas, se tiende a hacer “vista gorda” de las conductas de riesgo, configurándose un nivel peligroso de “permisividad”. De este modo, debemos fomentar en nuestros supervisores que apliquen medidas de control a las conductas de riesgo, independientemente de si han generado alguna consecuencia negativa.


Cambio de perspectiva

Sumemos a esto que las actitudes temerarias contagian a otras actitudes (si “no hay consecuencia” al realizar X acción, entonces no debiera haberlo al realizar Y o Z) y a otros trabajadores (si el otro lo hace… ¿Por qué yo no?). Estos pensamientos deben ser eliminados de raíz, aprovechando el mismo mecanismo de funcionamiento de pensamiento (“si existe riesgo en X, entonces también en Y”) y de dinámica social (“si al otro le aplicaron una medida disciplinaria, entonces a mí también podrían aplicármela” o “esto de la prevención es en serio…”). Esta reprogramación permite que, aun cuando la experiencia nos indica lo “poco probable de un accidente”, de todas formas tengamos conductas seguras.

Es posible entonces que los trabajadores actúen de forma riesgosa debido a una baja sensación de urgencia por la seguridad, dado que, en general, no tienen consecuencias graves en el tiempo (¿Cuántas veces lo han atropellado al cruzar la calle en una zona no demarcada? Nunca. ¿Cuántas veces usted ha sufrido un accidente al superar el límite de velocidad en carretera establecido por norma? Posiblemente nunca. ¿Cuántas veces los trabajadores se han caído al realizar trabajo en altura sin las medidas correspondientes? Nunca o pocas veces… etc.)

Pareciera que las principales acciones preventivas en las empresas (las de tipo proactivo, no las acciones estándares para la industria o aquellas normadas por ley) nacen o existen a raíz de una “consecuencia importante”; o sea, tuvo que ocurrir “algo” negativo para que la empresa reglamentara al respecto. La estadística de accidentabilidad nos muestra con certeza cuáles son las conductas a las que debemos prestar atención, aun cuando la estadística se alimenta de los hechos “que ya ocurrieron” y que no se pueden cambiar, lo que es nuevamente reactivo y no proactivo, dejando a oscuras aquellos riesgos latentes.

Si asumimos que lo anterior es cierto, entonces debemos asumir también que nuestra percepción respecto de las conductas que realizamos está influenciada por la preocupación respecto de las “supuestas” consecuencias negativas de dichas conductas, sobre todo en el corto plazo. Esto se ve reflejado en el caso de las enfermedades profesionales, donde las consecuencias negativas no se perciben hasta el mediano o largo plazo (daño en la salud), primando aquellas consecuencias “positivas” que se observan en el corto plazo (productividad, ahorro de tiempo, etc.). Esto genera el aprendizaje de que las conductas de riesgo son positivas debido al refuerzo inmediato, y por tanto vamos consolidando ciertas actitudes basadas en consecuencias equivocadas.

Estos aprendizajes actitudinales nos hacen prestar más atención a aquello que “consideramos peligroso”, versus aquello que no lo es, o que creemos que no es peligroso, o que creemos que es menos peligroso que lo que realmente es. Nuevamente, estamos frente a un aspecto subjetivo de la evaluación de riesgo. Ahí la capacitación es una alternativa clave para establecer criterios comunes de cómo percibir el riesgo de acuerdo a las actividades de la empresa.

Está en nuestra naturaleza humana el relativizar las acciones, intenciones y sus consecuencias, para hacernos una idea del mundo que nos rodea y por supuesto del cómo interactuar con él. Sin embargo, el desafío está en realizar las acciones que correspondan para evitar que dicha “relativización” sea la causa de malas prácticas y de consecuencias que no deseamos.

Marzo 2016
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