Por Alberto Escobar, Gerente de Asuntos Públicos del Automóvil Club de Chile.
Alberto Escobar.
En las rutas nacionales, donde no se segrega el tránsito entre vehículos pesados y livianos, cada vez la convivencia vial resulta más compleja y riesgosa. Ello se ve agravado por el hecho de que, por esencia, el automovilista chileno está convencido de que maneja bien, y le gusta hacerlo notar conduciendo rápido y tomando riesgos. Es así que en la actualidad, el manejar vehículos se ha convertido en una actividad extremadamente peligrosa para aquellos que, por motivos de trabajo, deben pasar casi todo el día a bordo de una máquina, ya sea trasladando pasajeros o transportando toneladas de carga.
Cerca del 13% de los siniestros de tránsito en Chile tiene como protagonista a camiones. Si bien los avances tecnológicos en los transportes de carga han permitido entregar confianza a los choferes a la hora de enfrentarse a inclemencias del tiempo, posibles colisiones o problemas en la ruta, toda innovación resultará inútil si no está acompañada por conductores calificados y responsables que prevengan y cumplan con las normas de seguridad que requieren estos vehículos.
El escenario actual
Aunque se espera que los conductores profesionales adopten mayores medidas de prevención detrás del volante y que se respeten efectivamente sus horas de descanso, la calidad del manejo del vehículo que muchos muestran en sus traslados es más que decepcionante. En el caso de los transportistas de pasajeros, es cada vez más usual que conduzcan desatentos a las condiciones del tránsito -fuman o manipulan teléfonos celulares-, conduzcan a una velocidad mayor a lo permitido y no respeten las distancias adecuadas con el vehículo que los antecede.
Por su parte, los choferes de máquinas de carga, además de no tener ambages para frenar en seco, muestran escasa preocupación por estibar bien la carga, lo que afecta tanto la estabilidad del vehículo, al perder adherencia, como la capacidad de frenado y maniobra.
Más allá de que el 90% de los profesionales del manejo no tiene conocimientos en relación a las leyes del tránsito, hay actualmente un 30% de la nueva generación de conductores que no ha logrado establecer la transición entre los camiones comunes y los nuevos equipos de alta sofisticación. Esa falta de pericia profesional ha generado que, para los próximos dos años, se necesiten de manera urgente dos mil transportistas especializados en el uso de nuevas tecnologías, produciendo un déficit en el perfil que la industria está requiriendo.
En Europa, la seguridad y la especialización del chofer es el principal eslabón en este negocio. Por ejemplo, los conductores son certificados anualmente, se someten a exámenes médicos de forma periódica y reciben capacitación continua por parte de los fabricantes a fin de que conozcan los nuevos avances. Además, las compañías aseguradoras se preocupan de que exista la completa transición de una tecnología a otra, haciendo un trabajo intensivo con simuladores, lo que asegura la presencia de un profesional calificado al volante.
En países como Estados Unidos o Canadá, los camiones son incorporados dentro del sistema vial y se privilegia la seguridad de los conductores en sus desplazamientos por zonas urbanas, a través de la segregación de pistas en horas punta o la fragmentación de las cargas en horarios determinados.
Focos en los que trabajar
Los siniestros de tránsito se producen principalmente por impericia y descuido de los conductores, más que por fallas mecánicas o de infraestructura. Como en todo orden de cosas, es preferible el aprendizaje formal, por lo que llegó el momento de que las empresas comiencen a invertir tiempo y dinero en su capital humano. La conducción es un trabajo especializado y de alta complejidad, por lo que es impresentable que sea realizado por amateurs: ese es el drama mundial de la siniestralidad vial, y es ahí donde se deben apuntar los esfuerzos.
Sin embargo, la seguridad en este servicio no debe depender solo de la voluntad y responsabilidad de los empresarios del rubro: es necesario que exista también una coordinación permanente entre autoridades, organismos afines y la propia industria automotriz, donde el principal eslabón de este complejo engranaje tiene que ser necesariamente la protección del conductor y sus pasajeros. Hoy, por ejemplo, falta una fiscalización eficiente en lo relativo a los períodos de descanso de los choferes y a una mejor selección de estos. Por ejemplo, en Suecia, basados en la pericia y destrezas de la persona, se determina quiénes tienen mejor tolerancia a determinados horarios y se asignan rutas dependiendo de las habilidades.
En la medida en que esta industria vaya incorporando medidas que permitan contribuir a garantizar la seguridad de todos los ocupantes de un bus, y se aumenten voluntariamente las exigencias más allá de lo que contempla la ley, la tasa de siniestralidad disminuirá y, progresivamente, desparecerán también todos los prejuicios que hay detrás de su gestión.