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Vivir en una sociedad trabajocéntrica
Por Elisa Ansoleaga, Doctora en Salud Pública, Investigadora del Programa de Estudios Psicosociales del Trabajo (PEPET) UDP.

Chile lidera algunos indicadores preocupantes, entre ellos, los de la salud mental de la población. Es que es una sociedad competitiva, sobre todo en el ámbito laboral, lo que contribuye a que se desarrollen condiciones para que las personas destinen mayor esfuerzo y tiempo a su trabajo del que deberían.

¿Es que el trabajo nos enferma? O mejor dicho, ¿en qué medida o cuánto contribuye el trabajo en el desarrollo de patologías mentales en nuestra población? Esta es una antigua pregunta que históricamente ha ocupado un lugar poco relevante en la agenda pública. Sin embargo, Chile es bastante pionero en materia de avanzar en la vigilancia de los riesgos psicosociales, pues el Ministerio de Salud dispuso desde 2012 un Protocolo de Vigilancia de los Riesgos Psicosociales Laborales, comparable solo con los desarrollos de la experiencia colombiana en la Región.

Asimismo, hace pocos días, el Subsecretario de Salud, Jaime Burrows, señaló que las licencias por problemas de salud mental de origen laboral crecieron un 700% en los últimos diez años y la Ministra del Trabajo, Javiera Blanco, aseveró que la salud de los trabajadores sería una de las prioridades de su administración.

Al mismo tiempo, observamos cómo las empresas han transitado desde una preocupación por el ausentismo hacia una preocupación por el presentismo (personas que están físicamente presentes, pero funcionalmente ausentes por algún problema de salud). La relación entre las condiciones de trabajo, los modos de organización del mismo y la salud de los trabajadores no puede ser reducido a un problema individual de salud, sino que se trata de un problema país: las organizaciones y las empresas no pueden seguir premiando a la gente que va a trabajar enferma o a aquellos que pasan largas horas en la oficina y muestran bajos índices de productividad.

Vivimos en una sociedad trabajocéntrica. En este contexto, el reconocimiento del desempeño de las labores diarias es muy relevante. Reconocimiento que va más allá del incentivo económico y tiene que ver con el reconocimiento de los otros a la labor que desempeño, con el status que me provee ese trabajo, con las posibilidades de desarrollo que puedo tener, con el respeto que recibo de parte de colegas y superiores. Por lo tanto, el reconocimiento es un concepto fundamental y es un tema que hoy en Chile estaría generando mucho malestar: uno de cada dos trabajadores percibe un desbalance entre los esfuerzos que despliega y el reconocimiento que merece en sus trabajo.


¿Qué es un trabajólico?

Una persona trabajólica ha perdido el interés por el resto de las actividades que realiza en su vida. Dicho de otro modo, el trabajo le ofrece un nivel de satisfacción mucho mayor al resto de las actividades y ocupa un lugar predominante como referente de recompensas. Hace tiempo que el ser trabajólicos no es una novedad en nuestra sociedad: somos uno de los países con más horas de trabajo al día y, de hecho, un informe de la OCDE (“How’s life”) de 2013 sostiene que el 16,3% de los chilenos trabaja 50 horas a la semana, casi el doble de los países que conforman la OCDE, y nuestros niveles de productividad y de “felicidad” no van de la mano con esta cifra.

Es común hablar de riesgos presentes en los lugares de trabajo, tales como los riesgos químicos, físicos y medioambientales. Pero no se mencionan ni se ha indagado lo suficiente en los psicosociales, siendo estos particulares, ya que se relacionan, entre otros aspectos, con las demandas psicológicas, emocionales y exigencias de las tareas de cada persona.

En Chile tenemos una cultura transversal en las organizaciones, donde hay una alta valoración a la permanencia durante varias horas en el trabajo. “El último que apaga la luz” es el premiado y reconocido como el mejor. Esta cultura del esfuerzo extraordinario se originaría en la flexibilización laboral y algunos rasgos de precarización del empleo, lo cual instaló la idea de que las personas son desechables y afuera hay una fila esperando a ocupar tu puesto. Por lo tanto, tienes que dar todas las muestras y garantías a tus jefes de que les conviene tenerte. Eso excede cualquier exigencia establecida en un contrato de trabajo. Es un contrato de carácter psicológico, que va más allá de lo estipulado en el contrato de trabajo.


Cómo abordar la problemática

El trabajo puede ser un importante analizador de lo que ocurre en la sociedad; las organizaciones tienden a reproducir inequidades sociales y de género que en ella ocurren. Por esta razón, las organizaciones deben ser especialmente conscientes de esta situación y atender a los elementos culturales que, a fin de cuentas, son decisivos en las prácticas cotidianas.

No basta con instalar políticas de vida sana o de hábitos saludables, o con crear programas de calidad de vida laboral, si la empresa envía señales contradictorias a sus trabajadores, por ejemplo, valorando y reconociendo como positivos el sobreesfuerzo y conductas que, en los hechos, son poco saludables para las personas y que no garantizan necesariamente mejoras en la productividad. Insisto en que la cultura y sus valores determinan las prácticas cotidianas, pues señalan rutas que han sido efectivas para la existencia de la propia organización, y en esto radica la mayor dificultad para enfrentar estos problemas.

Mi impresión es que hoy se confunde el necesario compromiso con la empresa con la entrega de “un cheque en blanco” de parte de sus trabajadores que están disponibles y a toda prueba para atender las necesidades de la organización. Esto termina dañando la salud de los miembros de la propia organización y, en el mediano plazo, los efectos en la organización serán múltiples.

¿Mujeres trabajólicas?

Según datos de la CEPAL (2007), más de un tercio de las familias chilenas tiene de proveedora económica y cuidadora principal a una mujer. Y como muchos de sus trabajos son de baja calidad y mal pagados, no son pocas las que deben combinar dos o más empleos, lo que incide en que las mujeres presenten peor salud mental que los hombres. El país no ha avanzado en términos de políticas sociales, los sueldos siguen siendo diferenciados para hombres y mujeres que realizan una misma tarea o tienen una misma jerarquía, lo que habla de una discriminación salarial-laboral y una alta autoexigencia por el temor a perder el empleo.

Con este punto, la profesional hace hincapié en que el hecho de ser trabajólico o no, depende de un conjunto de variables ambientales e interaccionales, que tienen que ver con la organización y la cultura.

Junio 2014
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