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Estrés y enfermedades psicosomáticas
Por Claudio Orellana Fernández, Decano Facultad de Psicología Universidad San Sebastián

Las presiones laborales, el desarrollo profesional y las exigencias sociales son algunas de las situaciones a las que nos vemos sometidos, las que de no saber llevar, pueden desencadenar reacciones biológicas desfavorables para la salud.

Si no somos lo suficientemente hábiles, competitivos y astutos, la “máquina del éxito” nos pilla y sobrepasa. Nos quita el prestigio, el estatus, degrada, humilla. Incluso, en el hogar, no podemos estar tranquilos, nos cuesta compartir, no nos relajamos; es más, seguimos trabajando desde la casa, buscando la forma de aminorar la sensación de ansiedad, que lejos de disminuir, aumenta, llegando a afectar la vida tanto a nivel biológico como psicológico.

Afecciones como depresión, ansiedad, crisis de pánico, trastornos alimentarios, dermatológicos, colon irritable, disfunciones sexuales, son algunas de las manifestaciones que llamamos “enfermedades psicosomáticas” y cuyo origen está en un mal manejo del estrés.

El estrés no es malo; es una respuesta adaptativa del organismo frente a cambios del medio. Sin esa capacidad de respuesta, lo más probable es que nuestra supervivencia estaría en riesgo. Nos previene de enfrentar situaciones que probablemente pondrían en peligro nuestra salud, bienestar, estabilidad, nuestro sentido de vida. Así como las luces del tablero del auto, el estrés nos indica que algo no está bien.

El problema no es sentir estrés (emoción), sino permanecer en él (estado emocional). Lo que nos estresa no es la situación -ejemplo de la luz de la bencina- sino aquello que nosotros pensamos frente a la situación (lo que técnicamente se llama “estilo atribucional”). Nos vivimos a nosotros mismos como víctimas o protagonistas de nuestra vida.

El estado de alerta y sobreexcitación que genera el estrés no causa daño si éste dura un tiempo determinado y luego retornamos a la calma. El problema surge cuando ese estado tiende a “cronificarse”; esto es, a permanecer por sobre el rango de tolerancia del organismo. Entonces, decimos que estamos frente al estrés como “estado emocional” y no como emoción.


Consecuencias del estrés crónico o estrés como estado emocional


Hoy entendemos que hay una gran variedad de trastornos -llamados psicosomáticos- que se caracterizan por tener en su origen factores de carácter emocional (psicológicos) y que se expresan a través de síntomas físicos o, por otra parte, factores psicológicos que agravan las manifestaciones de sintomatologías físicas preexistentes.

Ahora, esta distinción -a mi juicio- conlleva un supuesto erróneo, que se arrastra hace varios siglos y que es fruto de una concepción particular de la naturaleza humana. Esto es, entender al hombre separado entre “mente y cuerpo”. Durante mucho tiempo nos hicieron creer que la mente funcionaba separada del cuerpo -y viceversa-, por lo que un objetivo central al intentar comprender un “problema” era reconocer si pertenecía a la mente o al cuerpo. Si pertenece a este último, es materia de la medicina; si pertenece a la primera, es materia de la psicología o psiquiatría.

Hoy, gracias a los avances de la ciencia, estamos comenzando a ver al ser humano como una integración y totalidad, en que los cambios pueden tener manifestaciones más claras en un ámbito físico o emocional, pero que siempre -sea cual sea la situación- afecta a la totalidad de nuestro ser, más allá de cómo se exprese ese cambio.

En las “enfermedades psicosomáticas”, el factor más importante en su génesis, desarrollo o cronificación, es el estrés como estado emocional; es decir, el sostener aquellos pensamientos o atribuciones que nos hacen vernos a nosotros mismos como víctimas de las circunstancias y no como protagonistas.


Qué hacer para evitar el daño causado por el estrés crónico

Hay al menos tres dimensiones que reconocer en el estrés:

Factores a nivel individual: Revisar el estilo atribucional que habitualmente se desarrolla frente a situaciones de estrés y ver nuestras expectativas respecto de nuestra capacidad de solucionar adecuadamente la situación/problema.

Factores a nivel organizacional: Las compañías deben revisar las estrategias de reconocimiento y/o motivación que se están utilizando. ¿Favorecen la cooperación para el logro de mejores resultados o crean incentivos perversos para la competencia interna? La existencia de políticas y estrategias de trabajo en equipo, manejo de conflictos y el desarrollo de climas laborales centrados en la confianza son elementos de gran potencia para disminuir el estrés laboral. Si esto lo unimos al desarrollo de objetivos claros, indicadores desafiantes, que estimulen la autonomía, la responsabilidad, con sistemas flexibles y, sobre todo, modelos de liderazgo participativo, donde se generen conversaciones transparentes entre líder y colaboradores, estaremos configurando un ambiente donde el estrés se mantendrá en niveles saludables y beneficiosos tanto para la compañía como para el trabajador.

?Factores a nivel socio-cultural: Si construimos las bases de una sociedad que migre -gradualmente- desde el paradigma de la escasez (los recursos son escasos y la riqueza de unos implica la pobreza de otros) a un paradigma de la abundancia, donde no necesariamente “más es mejor”, y donde la riqueza de unos implica la riqueza de todos, tal vez podamos aprender a vivir sanamente con el estrés “propio de cada día”.

Mayo 2013
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Comentarios acerca de este artículo
Sergio Estudiante (16/06/2019)

Sumamente provechoso e interesante el artículo, en especial el último párrafo. Claramente debemos buscar ese cambio de mentalidad tanto a nivel individual como empresarial.

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