Hace doce años -en los inicios de Acción RSE- hablar de Responsabilidad Social Empresarial era una novedad en Chile, una idea de vanguardia que, poco a poco, fue tomando fuerza y abriéndose camino entre las empresas nacionales.
Hoy, a más de una década, los resultados no son del todo alentadores. Visto desde afuera (y, algunas veces, también desde adentro de las propias empresas) sobre la RSE se cierne la sospecha de “lavado de imagen” de las compañías, o bien, es percibida como un acto de asistencialismo para resarcir los impactos que producen éstas en sus entornos. Y, en ocasiones, es así.
Lo que definitivamente no está dando frutos es la relación unidireccional de la empresa con la comunidad, establecida desde el paternalismo y generando vínculos en los que la primera da y la segunda recibe. Así, quienes son los receptores no necesariamente han participado en la decisión de lo que se les entrega y, por lo tanto, esto no siempre responde a sus inquietudes, requerimientos y prioridades.
De esta manera, una acción se transforma en un ejercicio automático -con roles impuestos por la costumbre- y casi “obvio”, al punto que si no se produce puede llevar a un conflicto.
La sociedad ha reaccionado hoy a estas prácticas declarando “nada para nosotros sin nosotros”.
Fuerte ¿no?
Cuando hablamos de Responsabilidad Social Empresarial, nos referimos a gestionar los negocios en una perspectiva de sustentabilidad, que involucra tres dimensiones: Social, Ambiental y Económica. Cuando la empresa es capaz de conciliar estas esferas, logra también rentabilizar su desempeño.
Entre nuestros socios, son muchos los que han entendido esta mirada y trabajan a diario para hacerla realidad, permeando en todos los niveles de su estructura. Otros, están avanzando en este camino a distintos ritmos y con diferentes énfasis. Pero, en el país, aún falta que muchos más se suban a este carro.
¿Por qué es tan importante para las empresas ser responsables socialmente? Creemos que hay muchas razones para serlo y no sólo porque es un deber. La primera idea que se nos viene a la mente es la frase de Stephan Schmidheiny, fundador de Avina, quien asegura que “no existen empresas exitosas en sociedades fracasadas”. Las compañías son, sin duda, motores de la economía y, por ello, tanto su sustentabilidad como la de todo su entorno está ligada a cómo enfrenten sus impactos y su crecimiento.
A esto se suma un contexto nacional e internacional exigente, con personas que son más que meros consumidores: hoy, son ciudadanos informados y empoderados. Su mirada es también más atenta y aguda, y sus juicios, expresados sin demasiada compasión a través de las redes sociales.
En este sentido, cuando las empresas han construido un fuerte “capital reputacional”, basado en mejoras permanentes de sus políticas, sin duda, son tratadas de manera diferente por la sociedad en situaciones de crisis.
¿Hacia dónde apuntamos entonces? Hacia la co-construcción. Desde la mirada de la RSE, resulta fundamental establecer una relación sólida y permanente entre la empresa y sus diferentes grupos de interés, que permita conocerse, entenderse y construir en conjunto. Pero esto no se consigue de un día para otro, sino a través de la confianza que permite el diálogo.
