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CIERRE DE FAENAS MINERAS
Desafíos y oportunidades
Por Jacques Wiertz, Profesor Adjunto del Departamento de Ingeniería de Minas, Universidad de Chile.

Todo proyecto minero tiene un horizonte limitado. Por más grande que sean los yacimientos, como nuestros mega pórfidos cupríferos Chuquicamata o El Teniente, tarde o temprano se agotan los recursos económicamente extraíbles, obligando al cierre de las operaciones. Más aún, muchos proyectos se desarrollan por etapas y parte de sus instalaciones, como por ejemplo algunos depósitos de residuos mineros masivos, pasan a desuso y deben ser cerradas.

Durante mucho tiempo, el cierre de las minas no fue considerado como una etapa relevante de los proyectos mineros y ni su diseño, ni su operación estaban orientados al cierre y a asegurar la estabilidad a largo plazo de las instalaciones post-cierre. Es así como se han generado importantes impactos ambientales asociados a sitios mineros abandonados que hoy constituyen graves pasivos ambientales de los que nadie parece dispuesto a hacerse cargo.

Hoy la situación está cambiando y existe una clara conciencia de la necesidad de internalizar los costos ambientales que pueden significar los sitios mineros después de su abandono. Se están haciendo esfuerzos considerables para diseñar, construir y operar los proyectos mineros pensando en el cierre y en cómo minimizar y controlar todos los potenciales impactos. En Chile, el sistema de garantía financiera de la recién adoptada Ley de Cierre de Faenas Mineras (Ley Nº 20.551 del 2011) obliga a las empresas mineras a provisionar los fondos requeridos para asegurar el desarrollo de todas las actividades necesarias para la estabilidad física y química en el largo plazo de todas las instalaciones abandonadas.

Esta nueva exigencia marca un antes y un después en la forma de abordar el cierre de minas. Ya no basta con un análisis muy conceptual y con la promesa de futuros estudios de ingeniería como solía aparecer la etapa de cierre en los estudios de impacto ambiental. Para estimar los costos, es necesario cuantificar las diferentes áreas de intervención, proponer medidas de mitigación y control, y definir y diseñar las diferentes actividades de cierre. Esto requiere un importante esfuerzo por parte de las empresas para caracterizar el área afectada y los diferentes residuos e instalaciones que permanecerán una vez finalizadas las actividades. Por otro lado, la autoridad a cargo de revisar los planes de cierre, en este caso Sernageomin, deberá tener la capacidad de evaluar con determinados criterios las medidas propuestas y sus costos.


Los impactos ambientales


Una vez desmanteladas las plantas e instalaciones de servicio, ¿cuáles son los principales potenciales impactos ambientales asociados al cierre de las minas? Los principales componentes del proyecto que permanecen, además de las excavaciones y/o labores subterráneas, son los depósitos de residuos mineros masivos: tranques de relaves, botaderos de estériles y botaderos de ripios de lixiviación. En la gran minería de cobre, con leyes medias de los minerales procesados inferiores a 1%, para cada tonelada equivalente de cobre producida, se generan en promedio casi 100 toneladas de relaves de flotación o de ripios de lixiviación y entre 200 y 300 toneladas de estériles, en el caso de las minas a cielo abierto.

Entonces, una primera preocupación es la estabilidad física de los depósitos, en particular frente a eventos extremos como sismos, lluvias torrenciales, crecidas de quebradas, etc. Los criterios adoptados para asegurar la estabilidad durante la etapa operativa deben ser revisados en un contexto más exigente para garantizar la estabilidad en el muy largo plazo, analizando entre otros factores los posibles efectos del cambio climático.

La estabilidad química se refiere esencialmente a los eventuales flujos de drenajes e infiltraciones que se pueden producir desde los diferentes depósitos de residuos o en las mismas excavaciones y labores subterráneas. Estos drenajes pueden afectar la calidad de las aguas superficiales y/o subterráneas existentes en el área y eventualmente en toda la cuenca. Resultan por un lado de la posible intercepción de las precipitaciones y/o escurrimientos superficiales, bajo el concepto de “aguas de contacto” y, por otro lado, de la exclusión de las soluciones asociadas a los residuos mismos, como agua de relaves o solución de lixiviación en el caso de los ripios, producto de un efecto de “estruje” por compresión.

Cuantificar y caracterizar estos drenajes resulta una tarea compleja. En particular, en el contexto de climas áridos o semi-áridos, es difícil predecir cuándo y con qué intensidad se pueden producir estos drenajes. Los modelos de flujos en medio no saturado de permeabilidad variable, particularmente complejos, deben ser calibrados y validados a través de experimentos pilotos y de mediciones in situ a gran escala y a largo plazo.

En cuanto a las características químicas de estos drenajes, la principal preocupación se centra en la posible generación de drenajes ácidos, proceso relacionado con la oxidación de los sulfuros metálicos, en particular la pirita. Si bien existen diferentes metodologías estandarizadas de predicción de drenaje ácido, basadas en la caracterización estática de los residuos y en pruebas cinéticas a escala de laboratorio, una correcta y completa evaluación requiere el desarrollo de experimentos de gran escala y de largo plazo, preferentemente in situ. A partir de una correcta cuantificación y caracterización de los drenajes, es posible definir medidas de prevención y control.

Estos temas aún en pleno desarrollo concentrarán importantes esfuerzos en los próximos años. En el entretanto, las empresas mineras deberían adoptar una actitud precautoria y definir medidas de cierre conservadoras, que aseguren la estabilidad frente a toda eventualidad.

La entrada en vigencia de la nueva regulación debería entonces traducirse en el desarrollo de operaciones mineras más sustentables, y en la adopción progresiva de diseños de minas verdaderamente orientados al cierre.

Marzo 2013
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