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La idea se lanzó en 2011, se materializó en 2015, pero en 2019 sus perspectivas ya eran nulas. No hay quién no apuesta por el desmantelamiento de una planta solar con tecnología que quedó obsoleta mucho antes de entrar en régimen de operaciones.
La razón del fracaso de esta planta (ubicada a unos 300 km de Las Vegas, Nevada), gestionada por la empresa Tonopah Solar Energy, es sencilla: su suministro era poco regular a causa de piezas marginadas ya de los nuevos estándares de rendimiento y calidad, lo que dificulta la provisión de repuestos y, por añadidura, una debida mantención a precios asequibles. El problema adicional es que el costo operativo se dispara por la necesidad de contar con un alto número de trabajadores, según un artículo del diario español El País.
Es la historia del desastre de Crescent Dunes, un proyecto fallido impulsado en la era de Barack Obama, cuando su gobierno intentaba impulsar las Energías Renovables No Convencionales. De hecho, el Secretario de Energía, Steven Chu, hizo enormes esfuerzos por echarlo a andar, al igual que el senador demócrata Harry Reid, quien intervino directamente en las gestiones para viabilizar una inversión que costó 1.000 millones de dólares.
El problema es que la deuda es fundamentalmente pública, con nada menos que 737 millones de dólares. Sólo Citigroup invirtió poco más de 140 millones de dólares, plata que se ha ido a la basura por la tardanza en la materialización del proyecto, la que le impidió acompañar los vertiginosos avances tecnológicos que ha experimentado la generación eléctrica en la última década.
El último clavo en el ataúd lo puso la única compañía que le compraba energía, NV Energy, que pagaba US$135 por megavatio-hora a Crescent Dunes, y ahora cancela menos de US$30 por MWh a una nueva granja solar de Nevada, mucho más moderna y eficiente.
Hoy todo se resuelve en un tribunal federal de Delaware, instancia en la que el cofundador Bill Gould culpa a la contratista y a la española ACS Cobra por “una tragedia de mala gestión”.
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