A partir del año 2006 y debido a la necesidad de diversificar la matriz energética de nuestro país, los biocombustibles se han integrado a las opciones disponibles para dar solución al problema del acceso a fuentes de energía como el gas natural o el petróleo. Su uso generaría menor contaminación ambiental, ya que reducen casi a la mitad las emisiones de material particulado y generan un ciclo cerrado de CO2, es decir, la emisión al ambiente de este gas producto de su combustión es igual a la absorbida por la planta durante su crecimiento, por lo que no se generaría dióxido de carbono adicional, lo que los convierte claramente en una opción sustentable.

Esta energía renovable podría convertirse en una oportunidad de negocios para el sector agrícola chileno, ya que se considera que podría llegar a cubrir un 5% de la energía total que necesita nuestro país. Sin embargo, es importante plantearse si efectivamente estamos dispuestos a cambiar la producción agrícola tradicional, orientada a la alimentación, por una nueva agricultura enfocada a la producción masiva de combustible, commodity que para ser competitivo con el de otros países de la Región, tales como Brasil o Argentina, requiere de economías de escala que sólo se logran con grandes superficies cultivadas y eficiencia en los rendimientos productivos.

Si el país decide apostar por la producción de biocombustibles, se deberá generar una política que favorezca la estabilidad de la producción interna en el largo plazo y que asegure el éxito y la sustentabilidad del negocio. De esta manera, se incentivará a los agricultores nacionales a realizar las inversiones e innovaciones necesarias para el desarrollo de este mercado.

Por otra parte, si Chile decide seguir liderando en la producción de alimentos, lo más apropiado será buscar fuentes de generación de biocombustibles alternativas, como las algas o la biomasa forestal, a través de las cuales tenemos la opción de producir energía sin perder nuestra calidad de potencia agroalimentaria.