Miguel Angel Durán.

A nivel mundial, el agua dulce representa alrededor del 3% del total y su consumo corresponde a un 92% del área agrícola (4% uso doméstico y 4% uso industrial). Considerando el crecimiento proyectado de la población mundial y de su nivel de riqueza (por ende, el aumento de consumos agrícolas), se prevé que, en un futuro no muy lejano, el agua dulce será un bien cada vez más escaso de conseguir.

Esta situación global se hace particularmente más evidente y crítica en la actividad minera de Chile. El balance entre oferta y demanda de agua dulce en el país es deficitario en las regiones del norte y excedentario en las del sur. Si consideramos que la mayor parte de la actividad minera chilena se concentra en las regiones del norte y, en segundo lugar, en el sector centro-norte, la dispo nibilidad de agua representa un desafío de primer orden para su operación.

Respecto a la mayor eficiencia en el uso del agua, entre los años 2000 a 2012 el consumo específico de agua en los procesos de concentración de minerales, que representa el 70% del consumo de la industria, se redujo desde 1.1 a 0.6 metros cúbicos por tonelada de mineral procesado. En tanto, en los procesos hidrometalúrgicos (que representan el 10% del consumo), la reducción fue de 0.3 a 0.1 m³/ton. El otro 20% de uso de agua se distribuye en diferentes usos dentro de la cadena productiva. Estas mejoras de eficiencia han sido fruto de mejores prácticas productivas, uso de nuevas tecnologías y mayor reutilización del agua dentro del proceso productivo (por ejemplo, recirculación de agua desde tranques de relaves).

El abastecimiento de agua ha sido históricamente desde fuentes de aguas superficiales y subterráneas. Sin embargo, dada la escasez extrema en algunos sectores, paulatinamente se ha visto un incremento en el uso de agua de mar (con y sin desalinizar). Ejemplo de lo anterior son las Operaciones Mineras Esperanza y Michilla, de Antofagasta Minerals; Escondida, de BHP Billiton; Cerro Negro, de CAP; y Candelaria, de Freeport MacMoran. Asimismo, también destacan los proyectos en ejecución de Mantoverde (Anglo American) y Antucoya (Antofagasta Minerals).

El principal problema de esta solución es su gran requerimiento de energía eléctrica para la planta desaladora y sistema de impulsión del agua, normalmente ubicados a decenas de kilómetros de distancia y a elevaciones de cientos o miles de metros. No podemos olvidar que la energía eléctrica en Chile es un insumo limitado y con muy alto costo. No obstante, la minería solo usa un 2% del consumo total de agua dulce de nuestro país, y si lo acotamos a las zonas donde la minería tiene una presencia relevante, este consumo sube a alrededor de un 5%.

Como vemos, este elemento es y seguirá siendo esencial para Chile y su minería. Por ello, su abastecimiento y costo deben estar entre las primeras prioridades de quienes deben tomar decisiones importantes para el sector industrial (autoridades del Estado, funcionarios de empresas mineras, comunidades y otras), abriéndose a otras alternativas.

¿Cómo cuáles? Básicamente, traspaso de agua entre cuencas (también entre regiones del sur al norte), embalses para almacenar crecidas en temporadas estivales, continuar incrementando su uso eficiente en la actividad minera, intercambio de agua desalada en la costa por agua dulce en la cordillera y mayor eficiencia en el uso agrícola, entre otras medidas.