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El dilema energético,
o cómo los ciegos no saben que son ciegos…  
Por Jaime Alée G., Director Centro Innovación del Litio, Centro de Energía de la Universidad de Chile. www.centroenergia.cl 

Las cosas parecen controladas y todo se ve muy lejano, pero no es así. Las cosas se complicarán gradualmente si no nos hacemos cargo de la situación. No deseo ser alarmista, pero tampoco un falso optimista. Señores, debemos hacernos cargo de la situación.

Ya no hay tiempo de dejar la posta a nuestros hijos. Y, cuando digo debemos hacernos cargo, me refiero a las menos de diez mil personas que tienen poder de decisión y de hacer cosas en este país, poder que se les entregó justamente para hacerse cargo.

Algunos de ellos se sienten cómodos en un rol sesentero de defender los derechos de propiedad de los minerales, que pertenecen a todos los chilenos, pero olvidan que el futuro está en otras cosas más importantes que el capitalismo o el comunismo; más bien en proveer un mejor mundo, así de simple, a nuestros hijos.

El petróleo se acumuló en 200 millones de años y lo extinguimos en menos de un siglo. Hoy somos una sociedad dependiente de los combustibles fósiles, fuente maligna que se está extinguiendo, que se encuentra en lugares conflictivos, cuyo precio sube y subirá mucho más rápido que la inflación, que emite gases invernaderos y está matando a nuestro planeta y que, aunque nadie lo dice, representa más de la mitad de la energía que consume nuestro país (y el mundo), el doble que la demanda de energía eléctrica total. Tan sólo el transporte representa un 40% de la energía que requiere nuestro país, cuando la energía eléctrica apenas provee un 20%. Estamos obnubilados por la energía eléctrica, sin pensar en el resto de la ecuación.

Un bus del Transantiago consume el equivalente a 120 casas cada día, y los 6.000 buses, el equivalente a más de 726 mil casas. Los ahorros en ampolletas eficientes, refrigeradores de bajo consumo, son insignificantes para el país, aunque no lo son para el que paga la cuenta, pero no nos confundamos.

La única forma de salvarnos del cataclismo del petróleo es sustituirlo y ello implica desarrollar un nuevo paradigma del transporte: el eléctrico. Si los buses del Transantiago fueran eléctricos, por su mayor eficiencia, sólo requeriríamos el equivalente energético de 200 mil casas y, por ende, sólo este cambio significaría una mejor eficiencia energética equivalente a medio millón de casas, casi la mitad de Santiago. Aparte de ellos, tendríamos buses de cero emisión y bajaríamos la dependencia del petróleo.

¿El costo? Los buses y el transporte eléctrico requieren de baterías de Litio, que producimos nosotros y muchos otros en un futuro cercano. El Litio como negocio es a las baterías como el cuarzo a los relojes: esencial, pero abundante e insignificante en términos económicos. Las baterías sí son caras y sofisticadas. Por lo tanto, habría que subsidiar este cambio, mientras las baterías reducen su precio en los próximos cinco años. Pero hoy subsidiamos el Transantiago en el equivalente a US$100 mil por bus por año, per sécula. Dos años de ese subsidio permitiría realizar ese cambio. Eventualmente, en un período de ocho años, sobraría dinero suficiente para subsidiar que todo el exceso de energía eléctrica que se requerirá, sea Energía Renovable No Convencional.

Eso es el máximo virtuosismo, ocupar el mismo dinero que hoy gastamos en revertir nuestro dilema. Además, ello implica actualmente que estamos quemando ineficientemente US$650 millones por año.

Si somos agresivos, podemos revertir el proceso de regresión energética en una década y que el mayor porcentaje de la energía provenga del sol, del viento, de la geotermia, del agua. Nuestra dependencia del petróleo caería radicalmente y dejaríamos de contribuir al calentamiento global.

Eso ya lo entendieron los países industrializados y, por eso, sus planes de eficiencia energética y sustentabilidad ya contemplan el subsidio a la electrificación del transporte. No es un capricho de ricos, es simplemente supervivencia.
 

Julio 2012
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