En el primero estaba yo tratando de comprar un telón en una prestigiosa y conocida empresa de venta de tecnología audiovisual con un nombre muy parecido a un banco estadounidense tristemente famoso por estos días en nuestro país. A decir verdad, como el requerimiento no era muy complejo, el vendedor rápidamente me hizo una muy buena oferta la que acepté de inmediato. Fue entonces a buscar el telón a la bodega, lo revisamos y me dispuse a pagar. Pero, en la caja cuando ingresaron la compra se dieron cuenta que el sistema les decía que no habían telones en stock, por lo que el cajero me dijo que no me lo podían vender pues ese telón no existía (lo curioso es que yo tenía el telón bajo el brazo). Ante mi sorpresa y mi edad -pues podría haber sido padre de cualquiera de los que me estaban atendiendo- intentaron darme una explicación de lo inexplicable y luego ante mi reclamo intentaron entre varios ver qué podían hacer para vendérmelo. Pasados largos 15 minutos me informaron que no podían vendérmelo porque el sistema no lo aceptaba. Naturalmente, el vendedor estaba demudado y me acompaño hasta la puerta pidiendo disculpas. De qué se quejan... El segundo caso es más emblemático para mi porque después de mucho negarme a comprar un celular -me gusta ser inubicable por momentostuve que acceder a adquirir uno luego de que mi querida mujer decidió hacer un postgrado, generándome la imperiosa necesidad de estar ubicable para nuestra numerosa prole de seis hermosos hijos. Un sábado en la mañana me levanté dispuesto a ir a comprar el dichoso aparato y mientras tomaba el desayuno me llamó la atención un artículo en La Tercera en el que se entrevistaba al gerente general de una gran empresa de telefonía móvil, en la cual él expresaba que dado que ya se había copado el mercado de las personas que podían tener un celular, a partir de ahora iba a ser mucho más difícil conseguir nuevos clientes, por lo que ya no habrían crecimientos espectaculares como los de años anteriores. Conmovido por la necesidad de este hombre y con el afán de ayudarlo partí directo a su compañía a comprar el celular que necesitaba. Entré a la tienda con la decisión tomada y me dirigí al primer vendedor que vi, al cual le dije vengo a comprar un celular. Luego de escoger el plan, le pedí que me mostrara los modelos para escoger uno. Cabe señalar que detrás de él había una vitrina con diversos modelos de celulares y un par de ellos ya me estaban guiñando el ojo. Para mi sorpresa, en vez de mostrarme los celulares de la vitrina me pasa una serie de folletos con diversos modelos y me dice: escoja uno. Perdón, le dije, pero mejor abre la vitrina y muéstremelos en vivo y en directo. No señor, me dijo, esos celulares son los que vendía la compañía antes que se fusionara, pero nosotros no los vendemos, los que tenemos son los que están en los folletos. Bien, le dije, entonces muéstrame estos dos modelos indicándole sendos folletos. Ante esto él me respondió: no señor, no puedo mostrárselo pues no los tenemos, sólo si usted lo compra lo sacamos de bodega y se lo entregamos. Es decir -dije yo totalmente anonadado- me quieres decir que tengo que comprar un celular sin tocarlo, ni sentir cuánto pesa, ni saber cómo suena, ni chequear las funcionalidades que tiene y ni saber si me gusta o no su aspecto. Así es señor, me respondió y luego agregó: lo lamento, no sabe cuánta gente como usted ha venido a comprar y se ha ido por lo mismo, pero no puedo hacer nada. Finalmente dijo: ojalá usted pudiera reclamar más arriba. Mientras me iba de allí totalmente frustrado pensaba en ese gerente general y sus -ahora para micuriosas declaraciones. Estimados amigos, saquen ustedes sus propias conclusiones respecto a ¿quién mató la venta en ambos casos?. Hasta la próxima..
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