Pero hay otra razón que es tan importante como la anterior. Es la que denomino la "paradoja de la inteligencia" y ésta consiste en que "aquél que se sabe inteligente cree que todo lo que se le viene a la cabeza es inte-ligente" (lo que en verdad es tonto y he aquí la paradoja) y , por ende, no acompaña con una profunda reflexión aquello que de buenas a primeras se le ocurre, sin que por hacer esto último la decisión deba ser demorada innecesariamente. La técnica de la tormenta de ideas (o brainstorming) reconoce esta paradoja y consiste en invitar a un grupo de personas a primero concebir (o intelegir) ideas, sin preocuparse si son buenas o malas. Es decir, apela, en la primera parte, a la inteligencia de los asistentes para luego invitarlos a seleccionar las mejores ideas en base a criterios y métodos previamente definidos. Inteligencia es intelegir, concebir; en cambio, pensar es ordenar, focalizar, estructurar. El pensar da curso y potencia a la inteligencia. En mi experiencia a la larga es mejor trabajar con alguien de inteligencia normal que sabe pensar a con alguien muy inteligente que no lo sabe. Si están de acuerdo conmigo, la buena noticia es que, a diferencia de que el nivel de inteligencia se trae ya al nacer, a pensar se aprende, por lo tanto es una habilidad absolutamente desarrollable a cualquier edad. Llevado lo anterior a la gestión de una empresa, en primer lugar hay que decir que se endiosa la inteligencia porque resuelve rápido y se demoniza el pensar porque dilata las decisiones. Pero, ¿qué resulta mejor a la larga?: ¿Tomar decisiones rápidamente apelando sólo a la inteligencia, sin pensarlas mayormente y luego, si no se le apuntó, pagar los costos de la mala decisión (rogando que no sean muy altos)? o ¿tomar la mejor decisión luego de haber pensado bien sobre ello, aunque esto demore la decisión un poco o lo que sea necesario?. Si a usted le gusta mirar el mercado como un gran campo de batalla en el cual hay amigos y enemigos, seguramente sabe que todos aquellos grandes generales que pasaron a la historia por sus hazañas de éxito (y no sólo por su valor, lo que también es encomiable) fueron grandes estrategas y para ser un gran estratega hay que, sin duda, ser muy inteligente, pero por sobre todo hay que saber pensar. Lo mismo se aplica a cualquier ejecutivo o empresario que haya tenido éxito. |