Los hechos hablan por sí solos. Los albores del siglo XXI nos recibieron con una serie de llamados de alerta: un shock a nuestro sentido de la seguridad, causado por los ataques del 11 de septiembre, y una de las peores crisis financieras de la historia reciente. Se nos han abierto los ojos al cambio climático y a las cuestiones geopolíticas en torno a la energía, y hemos despertado a la globalización de las cadenas de suministro de alimentos y medicamentos. Estas percepciones colectivas nos recuerdan que todos estamos conectados; en lo económico, lo técnico y lo social. La conectividad global está impulsando cadenas de suministro cada vez más complejas y consumidores ultra-influyentes, en tanto que dificulta y complejiza cada vez más la problemática del gobierno corporativo y el cumplimiento regulatorio, la administración del riesgo y la prevención de las amenazas a la seguridad, dejando a las empresas, los gobiernos y los ciudadanos igualmente desprevenidos para responder. Este período de discontinuidad representa los dolores de crecimiento de la integración global. El mundo sigue volviéndose más "plano". Sigue haciéndose cada vez más pequeño, más interconectado. Pero estar conectado ya no es suficiente. La infraestructura del siglo XXI también debe ser más inteligente. Infundida con tecnología inteligente, esta nueva infraestructura debe modelar la forma en que el mundo funciona, activando sistemas y procesos que permiten que los bienes físicos sean desarrollados, fabricados, comprados y vendidos. Esta infraestructura inteligente, imbuida de inteligencia, ayudará a determinar la forma en que se prestarán los servicios, la manera de moverse de todo lo que existe, desde las personas y el dinero hasta el petróleo, el agua y los electrones, el modo en que miles de millones de personas viven y trabajan. Dependerá en gran medida de la administración de servicios, desplegando la potencia de cómputo para administrar de modo más inteligente los procesos y los activos físicos, tales como las redes de suministro eléctrico. No va a ser fácil crear, pero el trabajo duro debe hacerse. Las consecuencias de no construir podrían ser pavorosas, tal vez incluso catastróficas, para nuestro mundo, los gobiernos, las empresas y la sociedad en su conjunto. No construir una infraestructura inteligente para el siglo XXI no es una opción. Para que esto sea una realidad, deberemos hacer varias cosas: - Integrar los mejores atributos de nuestra infraestructura física actual en un nuevo modelo digital, mejorando sustancialmente nuestra capacidad de usar la tecnología de la información para administrar los procesos de negocio, infraestructura y activos físicos cada vez más inteligentes, e impulsar nuevos y mejores servicios. - Mejorar enormemente nuestra capacidad de administrar, almacenar y analizar los 15 nuevos petabytes de información que el mundo ya está generando todos los días, lo cual representa ocho veces más información que la que existe en todas las bibliotecas de los Estados Unidos en su conjunto. La empresa promedio con 1.000 empleados gasta más de US$ 5 millones por año sólo para encontrar información. - Una reducción de ineficiencias masivas: los costos de centros de datos en los rubros energía, espacio físico y otros requisitos se han multiplicado por ocho desde 1996, mientras que la utilización promedio de los servidores distribuidos es de tan sólo 6 a 15%. Afortunadamente, este tipo de pensamiento ha comenzado a difundirse. Una pequeña cantidad de empresas e instituciones ya están repensando sus sistemas y aplicando tecnologías de nuevas maneras, tales como sistemas inteligentes de tránsito en Suecia, para ayudar a reducir la congestión y las emisiones de los vehículos; tecnologías de yacimientos petroleros inteligentes, para aumentar el rendimiento de bombeo y la productividad de los pozos; sistemas de manejo inteligente de los alimentos en los países nórdicos, que se sirven de la tecnología RFID para hacer un seguimiento de la carne y los productos avícolas atravesando la cadena de suministro, desde el campo hasta los estantes de los supermercados, y atención de la salud inteligente, para contribuir a bajar el costo de tratamientos y otros requisitos médicos. Además, cuando se trata de generar ahorros de energía, la firma de analistas de TI Forrester Research recomienda a las organizaciones medir los costos anuales de su consumo de energía, emisiones de dióxido de carbono y los costos financieros de operar "tecnología informática verde" antes de realizar nuevas inversiones. El pensamiento inteligente y los sistemas inteligentes también están transformando las redes de electricidad, las cadenas de suministro y el manejo de los recursos hídricos. Están asegurando la autenticidad de los productos farmacéuticos y la seguridad del cambio de moneda. Están transformándolo todo, desde los modelos de negocio de las organizaciones hasta la forma en que se hace posible la colaboración e innovación entre los empleados. La importancia de este momento en el tiempo es que ahora existe la precondición clave para el cambio real. La gente lo desea. Desde la sala de directorio hasta la mesa de la cocina, la gente está lista y ansiosa por tener una nueva forma de hacer las cosas. Tenemos la oportunidad de nuestras vidas. Una infraestructura inteligente es por lejos nuestro mejor camino para inspirar a una nación, crear nuevos empleos globalmente competitivos y estimular el crecimiento. A la luz de estas consideraciones, resulta imperativo que los líderes de gobierno, las empresas y nuestras comunidades, adopten la visión de una infraestructura del siglo XXI capaz de manejar las crecientes demandas de una sociedad globalmente integrada. |